lunes, 6 de abril de 2015

Monasterio de Monte Sión

       


Toledo es una de las ciudades del mundo con más edificios religiosos, a pesar de que muchos de ellos han desaparecido. Entre sus cenobios se encuentra, ya a las afueras, el monasterio cisterciense de Monte Sión. Hacia la puesta del sol, por el valle del Tajo, a unos 5 kilómetros de la ciudad.
Está integrado por varios edificios y rodeado de jardines con paseos, decoración de cerámicas y dos fuentes.
Hoy el monasterio se halla junto a la carretera que lleva a La Puebla de Montalbán, y rodeado de parcelas urbanizadas. Pero hubo un tiempo en el que esto era una vega solitaria.
Martín de Vargas fue un jerezano que pasó gran parte de su vida en Roma y fue confesor del papa Martín V. Había pertenecido a la congregación de ermitaños de San Jerónimo. Regresó a España por razones desconocidas y vivió en el monasterio de Piedra. Allí concibió una reforma de la Orden cisterciense de Castilla, cuyas costumbres se habían relajado. Martín V le dio permiso para llevarla adelante.
Martín buscó un lugar en el que construir un convento donde poder emprender la reforma. En Toledo el reformador tenía un amigo, el canónigo y tesorero de la catedral de Toledo don Alonso Martínez, y que se ofreció a ayudarle económicamente si se realizaba la fundación en la ciudad.
Ambos recorrieron Toledo en busca de una ubicación. Saliendo por la puerta de San Martín, llegaron al valle, que confina con Peña ventosa, un cerro cubierto de árboles y viñas situado en la ribera del Tajo, a media legua de la ciudad. A ambos les gustó el lugar. El tesorero compró el heredamiento.
Mientras se construía el nuevo edificio, Martín y once compañeros se instalaron junto a una ermita preexistente, en celdas construidas con ramas de árboles.

El tesorero trajo maestros y él mismo puso la primera piedra el 21 de enero de 1427. 

Se le dio al lugar el nombre de Monte Sión porque, así como del Monte Sión salió la ley dada a los israelitas, así de esta casa salió la ley del Císter de España.
La construcción fue continuada gracias a las aportaciones de Alonso Álvarez de Toledo, contador mayor de Juan II y de Enrique IV. Rico judeoconverso, patrocinó importantes obras religiosas para lograr ser aceptado entre los nobles.
Con anterioridad, don Álvaro de Luna quiso engrandecer el cenobio y convertirlo en su lugar de enterramiento, pero los monjes prefirieron mantener su pobreza. Sin embargo, poco después aceptaban las donaciones y los enterramientos de los Álvarez de Toledo.
En 1463 Luis Núñez de Toledo, canónigo de la catedral de Toledo, hizo construir la capilla de la Visitación.
En 1494 se reedificó el claustro por el canónigo de la catedral Francisco Álvarez de Toledo.
En el siglo XVI se amplió el conjunto con la construcción del cuarto de la hospedería, por Alonso de Covarrubias, y del claustro toscano, por Nicolás de Vergara el Mozo.
En siglos posteriores se realizaron sucesivas modificaciones, sin gran valor artístico.

En 1468 obtuvo una bula del papa Paulo II para trasladar a ella las reliquias Raimundo de Fitero, fundador de la Orden de Calatrava, que, falleció el 15 de marzo de 1163. El traslado se efectuó en 1471.Los restos se conservaron en la capilla de don Luis hasta 1590, fecha en que fray Marcos de Villalba, general de la Orden, siendo abad de Fitero, trasladó las reliquias a un suntuoso sepulcro, que fue colocado en el altar mayor, del lado de la Epístola. Fray Marcos dio parte de las reliquias a Fitero. En 1721 las reliquias se distribuyeron entre el monasterio de Monte Sión, las monjas Calatravas de Madrid, las monjas de San Felices de Burgos y las monjas de San Clemente de Toledo. Hoy el relicario de Monte Sión se encuentra en la Capilla del Ochavo de la catedral.
La Congregación Cisterciense de Castilla fundada por Martín de Vargas tuvo que superar muchas dificultades e incluso llegó a desvincularse de la autoridad del Císter, pero consiguió mantener su fuerza y pureza hasta 1700. En el siglo XVIII entró en un periodo de decadencia.
Con la Desamortización de Mendizábal los cistercienses tuvieron que abandonar Monte Sión, que pasó a manos particulares. El monasterio sirvió como casa de labor y tuvo varios propietarios.
A comienzos del siglo XX, la duquesa de la Unión de Cuba, propietaria entonces, reparó el edificio y mejoró los jardines.
En 1925 el propietario era Luis de Urquijo, marqués de Amurrio. A instancias de Alfonso XIII, don Luis ensayó en el cenobio el último intento por recuperar la antaño potente industria sedera toledana. Se plantaron moreras en los alrededores del edificio y en las vegas cercanas, y se fundó el Real Instituto Sericícola de Castilla y  Extremadura. Pero el proyecto fracasó y fue abandonado. De él hoy sólo quedan numerosas moreras en la zona.
En la guerra civil el lugar fue hospital de sangre y prisión.
Tras la guerra, el ingeniero agrónomo Tirso Rodrigáñez Sánchez Guerra, que hasta entonces había sido administrador de la finca, la compró. Habilitó el convento como palacio y cultivó frutales en las tierras.
           
En 1966 falleció don Tirso sin herederos. Había testado a favor de los primitivos propietarios del monasterio, a quienes devolvía éste monasterio, junto con 620 de las 1000 hectáreas que ocupaba la finca.
El 13 de noviembre de 1970, la comunidad cisterciense de Santa María de Huerta, de Soria, tomó posesión del monasterio y su entorno. La comunidad tenía que acometer el acondicionamiento del de Monte Sión, que se quería convertir en centro de formación de la Orden en España.

Entre otras reformas, El fundador Martín de Vargas modificó la organización de los monasterios, sustituyendo a los abades por priores. Así hoy, los monjes blancos que oran, cultivan la tierra y caminan sin prisa con pasos silenciosos, rodeados de urbanizaciones están  bajo la dirección de un prior. Un monje que resulta ser el superior de esta pequeña comunidad de cinco miembros.
Redactora: Ángela Albarrán.

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