Monasterio de Monte Sión
Toledo es una de las ciudades del mundo con más edificios religiosos, a
pesar de que muchos de ellos han desaparecido. Entre sus cenobios se encuentra,
ya a las afueras, el monasterio cisterciense de Monte Sión. Hacia la puesta del
sol, por el valle del Tajo, a unos 5 kilómetros de la ciudad.
Está integrado por varios edificios y rodeado de jardines con paseos,
decoración de cerámicas y dos fuentes.
Hoy el monasterio se halla junto a la carretera que lleva a La Puebla de
Montalbán, y rodeado de parcelas urbanizadas. Pero hubo un tiempo en el que
esto era una vega solitaria.
Martín de Vargas fue un jerezano que pasó gran parte de su vida en Roma y fue confesor del papa
Martín V. Había pertenecido a la congregación de ermitaños de San Jerónimo.
Regresó a España por razones desconocidas y vivió en el monasterio de Piedra. Allí concibió una reforma de la Orden
cisterciense de Castilla, cuyas costumbres se habían relajado. Martín V le dio
permiso para llevarla adelante.

Ambos recorrieron Toledo en busca de una ubicación. Saliendo por la puerta
de San Martín, llegaron al valle, que confina con Peña ventosa, un cerro
cubierto de árboles y viñas situado en la ribera del Tajo, a media legua de la
ciudad. A ambos les gustó el lugar. El tesorero compró el heredamiento.
Mientras se construía el nuevo edificio, Martín y once compañeros se
instalaron junto a una ermita preexistente, en celdas construidas con ramas de
árboles.
El tesorero trajo maestros y él mismo puso la primera piedra el 21 de enero
de 1427.
Se le dio al lugar el nombre de Monte Sión porque, así como del Monte
Sión salió la ley dada a los israelitas, así de esta casa salió la ley del
Císter de España.
La construcción fue continuada gracias a las aportaciones de Alonso Álvarez
de Toledo, contador mayor de Juan II y de Enrique IV. Rico judeoconverso,
patrocinó importantes obras religiosas para lograr ser aceptado entre los
nobles.
Con anterioridad, don Álvaro de Luna quiso engrandecer el cenobio y
convertirlo en su lugar de enterramiento, pero los monjes prefirieron mantener
su pobreza. Sin embargo, poco después aceptaban las donaciones y los
enterramientos de los Álvarez de Toledo.
En 1463 Luis Núñez de Toledo, canónigo de la catedral de Toledo, hizo
construir la capilla de la Visitación.
En 1494 se reedificó el claustro por el canónigo de la catedral Francisco
Álvarez de Toledo.
En el siglo XVI se amplió el conjunto con la construcción del cuarto de la
hospedería, por Alonso de Covarrubias, y del claustro toscano, por Nicolás de
Vergara el Mozo.
En siglos posteriores se realizaron sucesivas modificaciones, sin gran
valor artístico.
En 1468 obtuvo una bula del papa Paulo II para trasladar a ella las
reliquias Raimundo de Fitero, fundador de la Orden de Calatrava, que, falleció
el 15 de marzo de 1163. El traslado se efectuó en 1471.Los restos se
conservaron en la capilla de don Luis hasta 1590, fecha en que fray Marcos de
Villalba, general de la Orden, siendo abad de Fitero, trasladó las reliquias a
un suntuoso sepulcro, que fue colocado en el altar mayor, del lado de la
Epístola. Fray Marcos dio parte de las reliquias a Fitero. En 1721 las
reliquias se distribuyeron entre el monasterio de Monte Sión, las monjas Calatravas
de Madrid, las monjas de San Felices de Burgos y las monjas de San Clemente de
Toledo. Hoy el relicario de Monte Sión se encuentra en la Capilla del Ochavo de
la catedral.
La Congregación Cisterciense de Castilla fundada por Martín de Vargas tuvo
que superar muchas dificultades e incluso llegó a desvincularse de la autoridad
del Císter, pero consiguió mantener su fuerza y pureza hasta 1700. En el siglo
XVIII entró en un periodo de decadencia.
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A comienzos del siglo XX, la duquesa de la Unión de Cuba, propietaria
entonces, reparó el edificio y mejoró los jardines.
En 1925 el propietario era Luis de Urquijo, marqués de Amurrio. A
instancias de Alfonso XIII, don Luis ensayó en el cenobio el último intento por
recuperar la antaño potente industria sedera toledana. Se plantaron moreras en
los alrededores del edificio y en las vegas cercanas, y se fundó el Real Instituto
Sericícola de Castilla y Extremadura. Pero
el proyecto fracasó y fue abandonado. De él hoy sólo quedan numerosas moreras
en la zona.
En la guerra civil el lugar fue hospital de sangre y prisión.
Tras la guerra, el ingeniero agrónomo Tirso Rodrigáñez Sánchez Guerra, que
hasta entonces había sido administrador de la finca, la compró. Habilitó el
convento como palacio y cultivó frutales en las tierras.
En 1966 falleció don Tirso sin herederos. Había testado a favor de los
primitivos propietarios del monasterio, a quienes devolvía éste monasterio, junto
con 620 de las 1000 hectáreas que ocupaba la finca.
El 13 de noviembre de 1970, la comunidad cisterciense de Santa María de
Huerta, de Soria, tomó posesión del monasterio y su entorno. La comunidad tenía
que acometer el acondicionamiento del de Monte Sión, que se quería convertir en
centro de formación de la Orden en España.
Entre otras reformas, El fundador Martín de Vargas modificó la organización
de los monasterios, sustituyendo a los abades por priores. Así hoy, los monjes
blancos que oran, cultivan la tierra y caminan sin prisa con pasos silenciosos,
rodeados de urbanizaciones están bajo la
dirección de un prior. Un monje que resulta ser el superior de esta pequeña
comunidad de cinco miembros.
Redactora: Ángela Albarrán.
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