LEYENDA
DE LA FUENTE DEL MORO
En la segunda mitad
del siglo XI, Alfonso VI hacía varios meses que tenía sitiada la ciudad de
Toledo, habitada por aquel entonces por musulmanes.
Había tomado ya el
castillo de San Servando y se disponía a asestar el ataque final, mientras que,
al otro lado de la muralla el hambre hacia mella en sus habitantes.
El Rey Sarraceno,
junto a su invitado el príncipe Abul-Walid, evaluaba la situación y decidieron
que no tenían más remedio que burlar el asedio y partir en busca de ayuda.
Al-Qasim, emisario del príncipe, partió hacia Granada para solicitar al rey Abd
Allah una pequeña avanzadilla, mientras Abul-Walid se dirigía al norte de
África para reunir sus tropas.
Aprovechando la
caída de la noche, salieron de la ciudad por el puente de Alcántara, pero los
centinelas del castillo les descubrieron y con una de sus flechas alcanzaron al
emisario que continuó cabalgando, gravemente herido hasta que las fuerzas le
fallaron, más allá de los cerros donde hoy se sitúa la Academia de Infantería,
y cayó al suelo agonizando.
Elvira, hija del
capitán cristiano al mando del castillo, que cada mañana al despuntar el alba
paseaba a lomos de su caballo por esos parajes, descubrió el cuerpo malherido
de Al-Qasim y, rápidamente, rasgándose sus vestiduras, improvisó un vendaje con
el que cubrió su herida. Tras esconderlo al amparo de unos matorrales, cabalgó
hasta el castillo para regresar de nuevo con agua y una hogaza de pan.
Durante varios días
curó y alimentó al joven hasta que se recuperó y pudo continuar su camino, no
sin antes prometer a Elvira, de quien se había enamorado, que volvería para no
abandonarla jamás. Ni un solo día dejó Elvira de acercarse a aquel lugar
esperando el regreso de su amado.
Mientras tanto, la
ciudad había sido tomada por Alfonso VI y los moros, que ahora ocupaban las
colinas, planeaban su reconquista.
Elvira, aun sabiendo
que corría grave peligro, burlando la guardia seguía acudiendo fiel a su cita.
Pero un día fue sorprendida por una patrulla mora, que buscando venganza, la
asesinó. Uno de los agresores recogió del suelo un pañuelo de seda que llevaba
el nombre de su amado bordado en oro.
Un mes más tarde,
cuando Al-Qasim regresó a Toledo con el ejército de Granada, el oficial
sarraceno al mando, entregándole el pañuelo con su nombre, le explicó lo
ocurrido y arrepentido por la acción de sus soldados, a los que ya había
castigado, quiso compensarle ofreciéndole encabezar, junto a él, la reconquista
de la ciudad.
El emisario rechazó
la oferta y se dirigió afligido al lugar donde había conocido a su dama. Allí
paso tres días y tres noches llorando su pena de amor, hasta que decidió
quitarse la vida.
Dicen que sus lágrimas, derramadas en aquel suelo seco, hicieron
brotar un manantial que hasta hoy sigue fluyendo y se conoce como "Fuente
del Moro“.
Domingo, 24 de Mayo. Jaime en la fuente del Moro
Jaime Fernández García. 5º de E.
Primaria.
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