MIGUEL DE CERVANTES
Cervantes honra en el capítulo IX del Quijote con el mejor de los homenajes a la ciudad de Toledo, donde siempre se sintió bien acogido.
Cervantes
rindió tributo de admiración a Toledo en varias de sus obras, pero el que
podemos considerar su gran homenaje toledanista consistió en dedicarle,
prácticamente íntegro, el capítulo IX de El Quijote,
donde Toledo aparece como el escenario del hallazgo del
manuscrito de Cidi Hamete Benengeli, origen
idealizado de las aventuras del Ingenioso Hidalgo.
Si bien
Cervantes no quiso desvelarnos dónde nació Don Quijote («porque todas las
ciudades de la Mancha contendieran por ahijársele y tenerle como suyo»), en
cambio fue muy explícito al proclamar que la historia del Ingenioso
Hidalgo nació en Toledo: «Estando yo un día en el Alcaná de Toledo,
llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero (…)
luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don
Quijote».
Estos
personajes, basados en persona reales de Esquivias, como asimismo el trasunto
real del Quijote, Don Alonso Quijada de Salazar, formaban el entorno familiar
al que Cervantes se incorpora al volver a Esquivias tras los cinco o seis meses
de encierro sevillano. En este periodo, Cervantes reanuda sus contactos
con Toledo por motivos económicos y familiares, y aprovechará sus
viajes a la Ciudad Imperial para departir con amigos y colegas literatos como
José de Valdivielso o Lope de Vega, entre otros.
Es de suponer
que algo tiene que ver con este gozoso contacto de Cervantes con Toledo la
inserción del «capítulo toledano del Quijote», y
tal vez su manera abrupta de hacerlo nos está indicando que se produjo poco después de haber redactado la escena de la lucha
de Don Quijote con el vizcaíno.
Cervantes quiso incluir el icono más emblemático de Toledo, la
Catedral Primada, sin la cual ningún cuadro de Toledo podría
considerarse completo, y para ello hace que el narrador conduzca al morisco traductor al claustro catedralicio,
donde negocian la traducción del libro por dos fanegas de trigo y dos arrobas
de pasas.
Pero
aún faltaba un detalle para que el
retablo toledanista quedara completo, a gusto de Cervantes: era aparecer él mismo como personaje toledano.
Hoy
sabemos que Cervantes tenía su casa toledana en la plaza de los Tintes, y, según podemos deducir por la lectura del capítulo IX, tenía interés en
hacer constar en su novela que, como vecino de Toledo, el narrador-editor
(osea, él) era también toledano.
Otros
espacios toledanos se mencionarán más adelante en el transcurso de las aventuras de Don Quijote, como Zocodover, las Tendillas, las Ventillas o el Nuncio Viejo,
pero en absoluto alcanzan el valor emblemático que los tres escenarios del
capítulo IX —Alcaná, Catedral, Plaza de los Tintes—, que merecen el
título de«triángulo germinal de El Quijote»; al menos, de El
Quijote de Cidi Hamente Benegeli, el que comienza en el Capitulo IX y acaba con
la muerte de Don Quijote.
Cuando
Cervantes termina su «homenaje a Toledo», todavía
tiene a Don Quijote y al Vizcaíno con las espadas en alto. El roto del lienzo
junta sus bordes y el relato prosigue como si nada
hubiera ocurrido. Pero sí ha ocurrido algo
importante, al menos para Toledo: Cervantes ha honrado con el
mejor de los homenajes a la ciudad en la que siempre se sitió bien acogido y
por la que sintió el mayor de los aprecios.
Autor: Gonzalo Rodríguez Pérez
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